Sigo esperando, al igual que los Saharauis.
Parece que de nuevo nuestros caminos siguen paralelos. Ustedes esperan por un referéndum y yo espero para comenzar a desarrollar mi proyecto. Claro que mi proyecto no es de vida como el vuestro. Yo espero por algo material, vosotros por algo tan inmenso que no cabe en una palabra, LIBERTAD.
No quiero seguir comparando dos situaciones tan opuestas, ojalá estuviesen ustedes en mi situación y nadie en la vuestra.
Pero los tiempos de espera sirven para mejorar, para pensar y desarrollar nuevas ideas y caminos en los que comenzar a indagar.
Lo que ha hecho el pueblo Saharaui en estos 33 años ya lo sabemos. Ha pensado mucho, ha reflexionado y ha aguantado, ¿hasta cuándo?, no creo que mucho más. He dicho mil veces que es un pueblo alegre y optimista, pero también he visto en muchos de ellos la desilusión y el desconcierto, he visto en ellos la tristeza y la añoranza, la confusión y la rabia y ¿quién se lo puede reprochar?, nadie, absolutamente. Creo que debería ser todo lo contrario, admirable. No siempre es fácil elegir lo que menos deseas, lo que menos te conviene, pero éste pueblo lo ha hecho ha elegido la PAZ y la diplomacia, el diálogo, algo tan escaso en nuestros días cuando un país decide a su antojo dónde y cómo comenzar una guerra. Pero al igual que yo antes deseaba que los Saharauis estuviesen en mi situación os invito a todos a ponerse en la situación de los Saharauis...
A que no es fácil, ¿estaríais aún en medio de la nada esperando? . Imaginemos ahora que lo que sucedió en el Sahara Occidental en 1975 hubiese sucedido en otro país, por ejemplo europeo, ¿cuánto hubiese durado esa situación? ¿ 33 años?. No, vivimos en un mundo de intereses donde unos pocos manejan a su antojo las cuerdas que nos mueven, dónde cada movimiento que se produce en el planeta está predeterminado, causado
Y ahora somos todos los que esperamos, todos los que creemos en la justicia, en la Paz, en la solidaridad, esperamos en las arenas del desierto, mirando al cielo, esperando a que una mañana junto al sol venga la Libertad.
martes, 19 de agosto de 2008
miércoles, 13 de agosto de 2008
13 de agosto de 2008
Al final salí ganando.
Fui al Sahara a trabajar y volví lleno de ilusión. No paraba de contarle a todo el mundo cómo había sido la experiencia, lo que estaba y está pasando con el pueblo saharaui. Como a pesar de todo están llenos de vida, de ilusión y esperanza. Sólo quieren volver a su tierra.
Cuando terminaba mi experiencia en Dajla, me quedo con un recuerdo muy especial. Conmovedor. Ya la noche se había cerrado sobre nosotros y el millón de estrellas había vuelto a asomarse en la inmensidad del desierto. Mientras todos charlaban en el interior de la jaima salí al exterior para respirar por última vez el agradable frescor que inundaba la noche, allí, me senté sobre la arena, aún tibia, miraba al cielo y pedía volver pronto a sentir una experiencia como ésta. Soukaina se acercó y me preguntó "¿Qué piensa David?", por un momento permanecí en silencio y al rato le dije, " no entiendo porque siguen aquí, el lugar es maravilloso, pero solo para nosotros que estamos una semana, no me imagino vivir siempre aquí, no hay nada" y Soukaina, con sus 19 años y la experiencia de toda su corta vida en el desierto me contesta " si estamos aquí es porque Alá así lo quiere, cuando deje de quererlo volveremos a nuestras casas". En ese momento me miró y sonrió, sin mediar palabra se puso a rezar sobre la arena sus oraciones diarias. Aquella imagen, un cielo con mil estrellas, una jaima en medio del desierto con murmullos de voces y una joven saharaui orando a su Dios se quedó conmigo para siempre. Me hizo ver lo diferentes que podemos ser y lo cerca que podemos sentirnos.
Fui al Sahara a trabajar y volví lleno de ilusión. No paraba de contarle a todo el mundo cómo había sido la experiencia, lo que estaba y está pasando con el pueblo saharaui. Como a pesar de todo están llenos de vida, de ilusión y esperanza. Sólo quieren volver a su tierra.
Cuando terminaba mi experiencia en Dajla, me quedo con un recuerdo muy especial. Conmovedor. Ya la noche se había cerrado sobre nosotros y el millón de estrellas había vuelto a asomarse en la inmensidad del desierto. Mientras todos charlaban en el interior de la jaima salí al exterior para respirar por última vez el agradable frescor que inundaba la noche, allí, me senté sobre la arena, aún tibia, miraba al cielo y pedía volver pronto a sentir una experiencia como ésta. Soukaina se acercó y me preguntó "¿Qué piensa David?", por un momento permanecí en silencio y al rato le dije, " no entiendo porque siguen aquí, el lugar es maravilloso, pero solo para nosotros que estamos una semana, no me imagino vivir siempre aquí, no hay nada" y Soukaina, con sus 19 años y la experiencia de toda su corta vida en el desierto me contesta " si estamos aquí es porque Alá así lo quiere, cuando deje de quererlo volveremos a nuestras casas". En ese momento me miró y sonrió, sin mediar palabra se puso a rezar sobre la arena sus oraciones diarias. Aquella imagen, un cielo con mil estrellas, una jaima en medio del desierto con murmullos de voces y una joven saharaui orando a su Dios se quedó conmigo para siempre. Me hizo ver lo diferentes que podemos ser y lo cerca que podemos sentirnos.
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viernes, 1 de agosto de 2008
1 de agosto de 2008
Aquellos primeros días en el desierto me parecieron muy excitantes. Cada acontecimiento, por común y rutinario que fuese para un saharaui, era para mí una nueva experiencia. Ir a ver los camellos, caminar hacia un lugar, el horizonte, que parecía estar siempre a la misma distancia, preparar el pan por la mañanas, tomar el té a todas horas, mirar como el viento lanzaba a una velocidad endiablada miles de granos de arena contra cualquier objeto. Todo era maravilloso.
Recuerdo con especial nostalgia aquella noche en la que Santi, David "Colombia" y yo decidimos aventurarnos hacia el exterior del campamento en una bóveda plagada de mil estrellas. Creo que ha sido el cielo más bonito e impresionante que he visto en mi vida, no cabían más estrellas sobre nosotros, al no tener referencias de montañas como en Tenerife, eran 180 grados de millones de luces. Como ha ocurrido a lo largo del tiempo, los tres amigos que caminaban por el desierto charlaban sobre lo maravillosa que era la vida y las experiencias que iban llenando nuestro camino por ella. Tampoco hay farolas en el desierto, ahora teníamos que volver, al girarnos todo era oscuridad, algunas de las casas de adobe tenían las luces encendidas, pero ¿cuál era la nuestra?, decidimos avanzar hacia el campamento. Por suerte uno de ellos había sido boina verde y se sabía orientar, incluso en la oscuridad, dando una lección magistral a mis compañeros los llevé hasta la misma puerta de nuestra jaima.
Y se me fue llenando el corazón. Y el pueblo saharaui se agarraba cada vez más fuerte. Conocimos infinidad de personas. En cada rincón venía alguien a saludarte "Hola , ¿cómo estás?, ¿eres de Sevilla?". Siempre hay una sonrisa amable en la que refugiarte, alguien con quién conversar sobre la antigua colonia española. Hombres y mujeres que vivían y trabajaban como españoles, como mis padres, gente que iba al cine ( cine Las Dunas en El Aaiúm ), que tenía sus negocios, que trabajaba en las minas de Fos Bucrá, que eran militares, eso sí nunca accedían a los puestos de oficiales reservados para los españoles, motivo que imagino no sentaría muy bien entre la población nativa, ya que era una forma como tantas otras de discriminación.
Cada vez que hablaba con algún viejo de El Aaiúm intentaba escudriñar entre sus palabras alguna referencia de algo que me pudiese recordar a a alguna de las historias de José Luís. Pero la perspectiva del saharaui es muy diferente, eran dos realidades similares pero paralelas.
Nuestros improvisados guías, los niños, ya tenían nombre Soukaina, Mamía, Gela, Mulay.... cuanto cariño desprenden. A cada instante te están cogiendo la mano, "Ven aquí, tú eres mí amigo", están siempre pendientes de que no te pierdas y a la menor ocasión los pequeños ya están trepando por tu espalda. Sus rostros deberían ser duros como el desierto, pero son dulces, amables, bondadosos y curiosos. Les encantaba ver fotos, me pedían a cada momento que sacase la foto de Lara para verla mil veces y decir "Que guapa!""¿cuándo viene a Dajla?". Se sentían muy orgullosos de acompañarnos, de ser nuestros guías, se ponían pavitos cuando nos cruzábamos con otros niños que no acompañaban a ningún extranjero, se te pegaban más, no sé si buscando protección o diciendo "Este es mi amigo", con certeza lo segundo.
Recuerdo con especial nostalgia aquella noche en la que Santi, David "Colombia" y yo decidimos aventurarnos hacia el exterior del campamento en una bóveda plagada de mil estrellas. Creo que ha sido el cielo más bonito e impresionante que he visto en mi vida, no cabían más estrellas sobre nosotros, al no tener referencias de montañas como en Tenerife, eran 180 grados de millones de luces. Como ha ocurrido a lo largo del tiempo, los tres amigos que caminaban por el desierto charlaban sobre lo maravillosa que era la vida y las experiencias que iban llenando nuestro camino por ella. Tampoco hay farolas en el desierto, ahora teníamos que volver, al girarnos todo era oscuridad, algunas de las casas de adobe tenían las luces encendidas, pero ¿cuál era la nuestra?, decidimos avanzar hacia el campamento. Por suerte uno de ellos había sido boina verde y se sabía orientar, incluso en la oscuridad, dando una lección magistral a mis compañeros los llevé hasta la misma puerta de nuestra jaima.
Y se me fue llenando el corazón. Y el pueblo saharaui se agarraba cada vez más fuerte. Conocimos infinidad de personas. En cada rincón venía alguien a saludarte "Hola , ¿cómo estás?, ¿eres de Sevilla?". Siempre hay una sonrisa amable en la que refugiarte, alguien con quién conversar sobre la antigua colonia española. Hombres y mujeres que vivían y trabajaban como españoles, como mis padres, gente que iba al cine ( cine Las Dunas en El Aaiúm ), que tenía sus negocios, que trabajaba en las minas de Fos Bucrá, que eran militares, eso sí nunca accedían a los puestos de oficiales reservados para los españoles, motivo que imagino no sentaría muy bien entre la población nativa, ya que era una forma como tantas otras de discriminación.
Cada vez que hablaba con algún viejo de El Aaiúm intentaba escudriñar entre sus palabras alguna referencia de algo que me pudiese recordar a a alguna de las historias de José Luís. Pero la perspectiva del saharaui es muy diferente, eran dos realidades similares pero paralelas.
Nuestros improvisados guías, los niños, ya tenían nombre Soukaina, Mamía, Gela, Mulay.... cuanto cariño desprenden. A cada instante te están cogiendo la mano, "Ven aquí, tú eres mí amigo", están siempre pendientes de que no te pierdas y a la menor ocasión los pequeños ya están trepando por tu espalda. Sus rostros deberían ser duros como el desierto, pero son dulces, amables, bondadosos y curiosos. Les encantaba ver fotos, me pedían a cada momento que sacase la foto de Lara para verla mil veces y decir "Que guapa!""¿cuándo viene a Dajla?". Se sentían muy orgullosos de acompañarnos, de ser nuestros guías, se ponían pavitos cuando nos cruzábamos con otros niños que no acompañaban a ningún extranjero, se te pegaban más, no sé si buscando protección o diciendo "Este es mi amigo", con certeza lo segundo.
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